19 de enero de 2008

El preso y el velador (De cómo la curiosidad suele comprometer al imprudente en los momentos delicados).

Encontrábame encaramado en la cima del muro de la antiquísima prisión, a punto de cruzar hacia la escapatoria, cuando una duda asalto mi mente. Preguntele entonces al velador nocturno, mi cómplice, si entre tanta desgracia acaecida en este lúgubre sitio, no permanecía algún vestigio; quizá alguna aparición o espíritu aún incapaz de abandonar estas celdas y patios. Mirome como quien duda si revelar o no algún secreto, en sus labios esbosose una sonrisa y sin más respondió: “Desde luego que los hay. En seguida te muestro uno”. Se acercó y con cuidado removió una de las piedras en la ancestral pared a la que yo me aferraba. Eran veinte metros hasta el suelo.

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