3 de agosto de 2013

(cómo disfrutar de un café) Por eso no está bien vivir aquí

Me parece repugnante y hasta ofensivo que en esta ciudad no haya sitio alguno donde se pueda tomar una buena taza de café. ¿Cómo se puede vivir así?


No es, como alguno pudiera interpretar, que no existan disponibles cafés de muy alta calidad. Los hay con marcas italianas y los de Coatepec o chiapanecos; y hay una variedad de establecimientos donde se han refinado las más diversas técnicas de extracción que un barista maestro debe dominar. Sin embargo, carecemos de algo más, quizás menos evidente pero no menos importante para el disfrute de una buena taza de café.


Un buen café se disfruta en una piazza con fontana y mirando un breve océano de palomas que se congregan frente a los comensales para recibir las migajas de biscotti.

Un buen café se disfruta frente al golfo con olor a sal y a brea. Mientras una cursilísima y encantadora marimba toca alguna melodía del Flaco de Oro. Para estos casos es imprescindible usar una guayabera y sonreír al sol y a la brisa.

En el mejor de los casos, un café se disfruta a la sombra de una ceiba, en medio del bosque húmedo, con un calor húmedo a penas soportable, un ejército de mosquitos que te quieren devorar hasta el alma, rodeado de compañeros sonrientes, con sus botas enlodadas. Aquí brota el café de un termo metálico y sus vapores se extienden y confunden con la tierra en un maridaje inmejorable.


Lo que no se debe, lo que es injustificable, es procurar disfrutar de un expreso fino, redondo, aromático, cerca del ruido de un eje vial y sus peseros; o peor aún, y de eso no se salva uno nunca, el escándalo que produce un vuelo trasatlántico cuando uno pone los labios al filo de la taza de porcelana blanquísima y se prepara para sorber. Jamás una taza sensual, humante y reconstituyente, debería beberse con el riesgo de que un 747 reviente la burbuja de placer. 


Por eso no está bien vivir aquí.

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